Solemos medir nuestra vida por las relaciones que tenemos con otros: pareja, amigos, colegas, familia. Pero pocas veces nos detenemos a pensar en la relación más determinante de todas: la que tenemos con nosotros mismos.
La calidad de ese vínculo interno es lo que marca, para bien o para mal, cómo nos relacionamos con los demás, cómo tomamos decisiones y hasta cómo enfrentamos los retos de cada día.
Cómo te hablas, así vives
La psicología ha estudiado el impacto de la autocompasión: quienes se hablan con amabilidad y no desde el juicio tienden a experimentar menos ansiedad, menos depresión y más resiliencia.
Piensa un momento en tu diálogo interno. ¿Te hablas con respeto o con exigencia desmedida? ¿Eres de los que se celebra un logro pequeño o de los que se castiga por cada error?
Lo que esperas afuera, empieza adentro
Muchas veces esperamos que otros nos den lo que no nos damos: atención, cuidado, validación. El problema es que eso nos deja vulnerables y dependientes. Cuando aprendemos a ofrecernos eso primero a nosotros mismos, dejamos de relacionarnos desde la carencia y empezamos a hacerlo desde la abundancia.
No es egoísmo, es responsabilidad: nadie pasa más tiempo contigo que tú mismo.
Entrena el vínculo contigo en lo cotidiano
No necesitas grandes cambios. Empieza con pequeñas acciones:
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Escribe tres cosas por las que agradeces cada noche.
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Regálate 5 minutos de respiración consciente.
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Reconoce un pequeño avance del día en lugar de enfocarte solo en lo pendiente.
Con el tiempo, estos gestos sencillos fortalecen el respeto y la confianza hacia ti mismo.
Empieza hoy
La próxima vez que te preguntes qué puedes hacer para mejorar tus relaciones, empieza por mirarte a ti.
La calidad de tu relación contigo mismo determinará la calidad de todo lo demás.
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